martes, 22 de abril de 2008

Ni siquiera la historia les absolverá

En una época convulsa como la que afrontamos estos días y deberemos afrontar durante los próximos meses, se hace imprescindible trasladar a la reflexión política la pregunta transcendental que durante siglos se ha hecho el ser humano. ¿De donde venimos? ¿Hacia donde nos dirigimos?

Que el nacionalismo histórico procede de una respuesta a una profunda depresión por el arrebato de unas señas de identidad es algo que, hoy por hoy, se ha convertido en una cuestión innegable. Un nacionalismo que desde sus principios -temporales e ideológicos- ha sabido conectar con una gran parte -a veces mayoritaria- de la sociedad vasca. Un nacionalismo que ha sabido englobar tanto a grandes empresarios de cada momento, como a obrero que trabajaban en sus fábricas. A gentes de ciencia y gentes de letras. Un nacionalismo que a pesar de histórico nunca se ha negado a su propia modernización. Un nacionalismo creado como garante de la identidad vasca en una sociedad que lo exigía y que hoy por hoy no ha dejado de reclamar. Nacionalismo que ha hecho durante de la gestión pública su leivmotiv. Su bandera a enarbolar. Hasta aquí el ¿de dónde venimos?

Al intentar contestar a la pregunta de ¿A donde nos dirigimos? se hace irrenunciable analizar previamente la situación actual. ¿Donde estamos? En mi opinión, nos encontramos engullidos por los años de poder ininterrumpidos y que si no cambiamos acabarán por hacernos perder esa garantía de identidad que la sociedad nos reclama y que debemos mantener. Estamos en una situación en la que vemos que las instituciones vascas ya no cuentan con la confianza de los ciudadanos por autenticas aberraciones en la gestión de lo público. Estamos en la tesitura de que casos como el de la oficina de Hacienda de Irun o el desfalco del Guggenheim -por no hablar del caso Jauregi, que por lo visto sigue manteniendo la presunción de inocencia- han convertido la gestión pública que ha hecho el nacionalismo en una bandera a defender en vez de enarbolar. Todos debemos hacer autocrítica. Algunos están obligados a ello.

Pero no debemos olvidar que el nacionalismo institucional ha cometido los errores que ha cometido porque en su día también tuvo la valentía de dar un paso adelante y apostar por el bienestar de este país. De apostar por reforzar la instituciones de las cuales los vascos nos hemos dotado sin a su vez, hacer dejación alguna de la defensa de los derechos que como pueblo nos asisten. Otro tipo de nacionalismo, jamás se ha atrevido a semejantes cosas. Un nacionalismo -el de la izquierda radical- más que cuestionable. Un nacionalismo que en el mejor de los casos, mira hacia otro lado cuando vascos viven aterrados o son asesinados cobardemente. Un nacionalismo que en los últimos años ha intentado esconder sus cobardías, sus fanatismos, sus autoritarismos, bajo una ilegalización que les ha venido de perlas. Antidemocrática e injusta, pero rentable para la propia izquierda radical.

Un amigo mio, suele decir habitualmente que dentro de la izquierda radical hay gente de todo tipo. Incluso que algunos repudian la violencia. Puede que tenga razón, pero las conversaciones en petit comité no son validas para sacar conclusiones políticas. La gente de la izquierda radical, canta vítores a ETA cuando no el famoso ETA mátalos. A esta gente, no debemos dejarle gobernar. Sin ilegalizaciones, sin torturas, sin GAL, democráticamente. Pero hay que sacarles de todos los gobiernos posibles. No son dignos de gobernar. Dirán algunos que en el caso de Arrasate el pueblo ha legitimado a ANV para el gobierno del municipio. Yo les doy la razón. Pero todo tiene un límite y ellos se lo han saltado. La legitimad que te den la urnas no puede servir para todo. El argumento de ANV en Arrasate, Hernani, etc, es el mismo de Hitler, que también llegó al poder después de ganar una elecciones.

La diferencia entre el nacionalismo rupturista y el democrático es que el democrático pagará democráticamente los errores que la sociedad crea que debe pagar. Pero parafraseando a Fidel Castro, la historia nos absolverá. A la izquierda radical, ni siquiera la historia le absolverá por mucha abstención -que no tanta- que hayan conseguido.